La prevención y la reversión de la desnutrición son objetivos clave de la intervención terapéutica, ya que mantener un estado nutricional adecuado es esencial para la recuperación clínica y la supervivencia del paciente. La inapetencia (incluyendo hiporexia y anorexia) es un signo clínico común en perros y gatos hospitalizados o en aquellos que padecen enfermedades crónicas, y está fuertemente asociada con el deterioro del estado nutricional y un peor pronóstico.
La expresión conductual del apetito es compleja y puede modificarse por alteraciones del gusto y el olfato, disfagia, dolor y aversiones alimentarias aprendidas, así como por alteraciones en los niveles de hormonas y citocinas en el organismo. Diversas afecciones clínicas, como enfermedades inflamatorias, trastornos metabólicos y traumatismos, pueden provocar una reducción de la ingesta de alimentos, lo que requiere estrategias nutricionales específicas para mitigar el riesgo de catabolismo y pérdida de masa corporal.
Los enfoques recomendados para estimular el consumo voluntario de alimentos incluyen el suministro de dietas altamente palatables con mayor contenido de humedad, grasa y proteína, así como un control efectivo del dolor y los síntomas asociados, como náuseas y vómitos. Cuando estas medidas son insuficientes, la implementación temprana del apoyo nutricional a través de sondas de alimentación enteral se vuelve esencial para prevenir un balance energético negativo.
En la práctica clínica, las sondas de alimentación suelen subutilizarse debido a la reticencia o la falta de familiaridad de los veterinarios, pero principalmente a la negativa de los propietarios a autorizar su uso. Por lo tanto, se necesitan técnicas alternativas para garantizar un aporte nutricional adecuado. La alimentación forzada nunca está indicada, ya que puede aumentar el riesgo de aspiración, provocar aversión al alimento y no garantizar una ingesta calórica adecuada.
Se han empleado varios medicamentos para estimular el apetito. Si bien los esteroides anabólicos, los corticosteroides y las benzodiazepinas se han utilizado históricamente como estimulantes del apetito, su uso se ha suspendido debido a efectos adversos significativos. Otros medicamentos, como la ciproheptadina, la capromorelina y la mirtazapina, también se utilizan para estimular el apetito.
Entre estos agentes orexigénicos empleados en la práctica clínica en animales pequeños, la mirtazapina es particularmente notable debido a su efecto antiemético y estimulante del apetito, especialmente en gatos con disminución del apetito y pérdida de peso asociada principalmente con enfermedad renal crónica. Estas propiedades están mediadas por la inhibición de los receptores serotoninérgicos 5-HT3, 5-HT2A y 5-HT2C. La mirtazapina es un antagonista α2-adrenérgico presináptico, que aumenta la liberación de norepinefrina y serotonina, lo que contribuye a la estimulación del apetito.
Además, los efectos estimulantes del apetito de la mirtazapina también se han demostrado en otras especies, lo que respalda aún más su relevancia clínica. En gatos, varios estudios han confirmado su eficacia tanto en formulaciones orales como transdérmicas, particularmente en pacientes con enfermedad renal crónica, donde no solo aumentó la ingesta de alimentos, sino que también promovió el aumento de peso.
A pesar de los avances en el uso clínico de la mirtazapina, aún faltan datos sistemáticos que evalúen su eficacia y seguridad en diferentes escenarios clínicos en medicina veterinaria, especialmente en perros. Por lo tanto, una investigación realizada en Brasil tuvo como objetivo evaluar los efectos orexigénicos de la mirtazapina en perros en la práctica clínica general.
El estudio evaluó la eficacia de la mirtazapina como estimulante del apetito en perros mediante un enfoque de dos partes: la primera, un análisis retrospectivo de 107 casos clínicos que comparó perros que recibieron mirtazapina con controles no tratados; y la segunda, un ensayo prospectivo, doble ciego, cruzado y controlado con placebo que incluyó a 25 perros.
En el análisis, los resultados terapéuticos demostraron diferencias intergrupales significativas. El grupo de mirtazapina mostró una estimulación del apetito superior (68,6 %, n = 35) en comparación con los controles (37,5%, n = 21). El análisis del cambio de peso reveló que los respondedores a mirtazapina ganaron más peso corporal semanalmente que los no respondedores, mientras que los grupos de control mostraron una divergencia similar: el grupo de efecto positivo ganó más peso corporal que el de efecto negativo. Aunque no se observaron diferencias entre los respondedores en los dos grupos, los animales que perdieron peso en el grupo de control perdieron más por semana que los del grupo de mirtazapina.
Por su parte, en el ensayo, al evaluar la eficacia orexigénica de la mirtazapina, el primer día todos los animales que recibieron mirtazapina ( n = 14/14; 100 %) tuvieron aceptación del alimento, siendo esta tasa mayor que la del grupo placebo (7/11; 63,6%). Mientras que el segundo día, no hubo diferencia entre la tasa de aceptación del alimento entre los grupos mirtazapina (10/11) y placebo (11/14).
El análisis de los restos de comida reveló diferencias significativas entre los grupos de tratamiento, donde la mirtazapina previno completamente el rechazo extremo a la comida (0 %) en comparación con el placebo (38 %).
“La mirtazapina fue generalmente bien tolerada y pareció segura en la población canina estudiada. No se observaron signos clínicos adversos relacionados con la medicación durante el período de seguimiento, incluso en perros con enfermedades sistémicas”, indican. Esto puede estar relacionado con el hecho de que la farmacocinética de la mirtazapina es diferente en perros que, en otras especies, con una vida media más corta y una tasa de aclaramiento más alta en comparación con los gatos.
Asimismo, matizan que en el estudio, entre los que no respondieron, la mayoría tenía enfermedades multisistémicas crónicas, como trastornos renales, cardíacos o gastrointestinales, que pueden atenuar la respuesta orexigénica. En tales casos, “la gravedad de la enfermedad puede alterar las vías de regulación central del apetito, lo que limita la eficacia de la intervención farmacológica sola”. Para estos pacientes, “una dosis diferente de mirtazapina podría ser interesante, pero con este diseño de estudio no se evaluó”.
Este es el primer estudio que evalúa, indican, específicamente el efecto de la mirtazapina en perros enfermos con diferentes situaciones clínicas, con resultados interesantes sobre la estimulación alimentaria en estos animales. “Nuestros hallazgos refuerzan que la mirtazapina es un estimulante del apetito generalmente seguro y viable para los perros y puede considerarse una intervención de segunda línea en casos de apetito reducido, particularmente en la fase aguda de la recuperación nutricional”.