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Demandan regulaciones más estrictas de ectoparasiticidas de perros por riesgo para los humanos y el ambiente

Demandan regulaciones más estrictas de ectoparasiticidas de perros por riesgo para los humanos y el ambiente

Resaltan la persistencia y los riesgos potenciales y subrayan la necesidad de regulaciones más estrictas y más investigación sobre la exposición ambiental
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La toxicidad ambiental de estas sustancias químicas se evaluó mediante ensayos ecotoxicológicos.

Los ectoparasiticidas son clave para proteger la salud de los animales de compañía y sus dueños de los ectoparásitos y las enfermedades asociadas. Los ectoparasiticidas representan el segundo segmento más grande del mercado mundial de la salud animal: los parasiticidas para animales de compañía tienen una participación de mercado comparable a la del ganado, y los ectoparasiticidas representan el 49 % de la participación de mercado. Generalmente, ofrecen una eficacia prolongada, lo que permite el uso profiláctico para prevenir la reinfestación.

 

A pesar de la disponibilidad de compuestos más nuevos, como las isoxazolinas, el fipronil (FIP) y el imidacloprid (IMID) aún se utilizan debido a su eficacia y asequibilidad. Cuando se aplican tópicamente como formulaciones spot-on, el IMID y el FIP se extienden rápidamente sobre la piel por translocación. Este proceso permite que los compuestos activos cubran la superficie corporal del animal sin entrar en la circulación sistémica. El IMID y el FIP quedan secuestrados en los folículos pilosos, las glándulas sebáceas y la piel, donde se liberan gradualmente con el sebo, manteniendo así una eficacia prolongada contra los parásitos.

 

FIP es un pesticida de fenilpirazol de amplio espectro que controla pulgas y garrapatas en animales domésticos a través de formulaciones tópicas, como aerosoles y spot-ons. FIP actúa sobre los receptores de ácido gamma-aminobutírico (GABA) de los insectos, donde induce neurotoxicidad al bloquear los canales de cloruro regulados por GABA, causando hiperexcitación en el sistema nervioso del insecto. En el medio ambiente, FIP se degrada a través de varias vías, como procesos de reducción, oxidación, fotólisis e hidrólisis, cada uno dando como resultado diferentes subproductos: FIP-sulfuro, FIP-sulfona, FIP-desulfinilo y FIP-amida, respectivamente. Aunque FIP es altamente selectivo para los receptores GABA de los insectos, su metabolito primario, FIP-sulfona, aún puede interactuar con los receptores GABA de los mamíferos. Además, FIP-sulfona puede acumularse en los tejidos, causando potencialmente efectos tóxicos tanto en organismos objetivo como en no objetivo.

 

El IMID es un insecticida neonicotinoide que se une a los receptores nicotínicos de acetilcolina (nAChR). Si bien los neonicotinoides generalmente se consideran seguros para los mamíferos debido a su mayor afinidad por los nAChR de insectos y menor afinidad por los de mamíferos, el IMID se degrada en el medio ambiente principalmente por fotólisis, degradación microbiana e hidrólisis en formas más tóxicas, como el desnitroimidacloprid (DNI). El DNI elude parcialmente la selectividad prevista del insecticida, lo que podría aumentar los riesgos neurotóxicos incluso para especies no objetivo.

 

Riesgo para humanos y ambiente por ectoparasiticidas de perros

 

El impacto ambiental de los medicamentos veterinarios (MVV) para animales de compañía se considera insignificante según la normativa, dado que estos animales no se crían de forma intensiva. Por consiguiente, los MVV para mascotas no requieren una Evaluación de Riesgo Ambiental (ERA) de Fase II, que evalúa los posibles impactos ambientales a largo plazo y la persistencia del producto en diversos ecosistemas bajo las condiciones de uso.

 

Sin embargo, el rápido crecimiento de las poblaciones de animales de compañía, combinado con nuevos tratamientos, ha impulsado la reevaluación de estas suposiciones. 

 

En 2023, la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) publicó un Documento Conceptual, proponiendo posibles actualizaciones a las evaluaciones de riesgos ambientales (ERA) para parasiticidas utilizados en animales de compañía, incluyendo el IMID y el FIP. El documento sugiere que ambas sustancias podrían pronto añadirse a una "lista de vigilancia" debido a su potencial toxicidad para especies no objetivo. 

 

Exposición humana a ectoparasiticidas

 

La transferencia de FIP a aguas residuales al bañar perros tratados spot-on se ha demostrado cualitativamente. La situación se agrava por el hecho de que las plantas de tratamiento de aguas residuales (PTAR) no existen, están obsoletas o no están diseñadas para eliminar microcontaminantes. Las PTAR convencionales se centran en la materia orgánica, los nutrientes y los patógenos, pero carecen de ozonización, carbón activado o los procesos de oxidación avanzados necesarios para eliminar sustancias persistentes como el FIP y el IMID. 

 

Por lo tanto, es crucial estudiar los riesgos de la exposición humana a ectoparasiticidas en el entorno para garantizar la seguridad de los dueños de mascotas. Además, los residuos que ingresan a los entornos domésticos y de refugio pueden eventualmente ingresar a los ecosistemas acuáticos, alterando la biodiversidad local y dañando a especies no objetivo, lo que potencialmente conduce al declive ecológico.

 

El objetivo de un estudio italiano fue evaluar el impacto ambiental y ecológico del FIP y el IMID, utilizados como ectoparasiticidas en animales de compañía. Se determinaron las concentraciones de estas sustancias químicas en las aguas residuales de un refugio tras los tratamientos rutinarios de los animales. El muestreo se realizó en el pozo de recolección de aguas residuales, lo que permitió analizar el agua que sale de las instalaciones antes de entrar en el medio acuático.

 

La toxicidad ambiental de estas sustancias químicas se evaluó mediante ensayos ecotoxicológicos de laboratorio y análisis bioquímicos de especies marinas no objetivo en diversos niveles tróficos, como algas, copépodos y mejillones. Se seleccionaron organismos modelo marinos debido a la limitada información disponible sobre organismos de agua dulce y a que el medio marino actúa como el cuerpo de agua receptor final. Para investigar la posible toxicidad de estas sustancias químicas en la piel humana, también se realizaron pruebas de toxicidad in vitro en cultivos de células epiteliales humanas (células HaCaT).

 

Las muestras de aguas residuales del refugio contenían 0,18 µg L −1 de IMID, 0,50 µg L −1 de FIP y 0,20 µg L −1 de FIP-sulfona; estas concentraciones se mantuvieron estables durante 60 días. 

 

Subestimado los posibles efectos a largo plazo

 

En el estudio sobre la vida marina, la exposición crónica a FIP e IMID a 30,0 µg L −1 afectó la movilidad de los copépodos. La exposición a FIP e IMID provocó peroxidación lipídica en las glándulas digestivas y branquias de los mejillones, mientras que solo la exposición a IMID aumentó la actividad de la acetilcolinesterasa en las glándulas digestivas a concentraciones entre 0,5 y 5,0 µg L −1. Estos resultados, comentan, sugieren que las regulaciones actuales pueden haber subestimado los posibles efectos a largo plazo de la IMID en los invertebrados marinos. Además, los mejillones emergieron como una valiosa especie modelo para estudiar el impacto de estos contaminantes, aportando nuevos conocimientos cruciales a la literatura. Respecto a las algas, no se observaron efectos significativos, y matizan que “estudios previos han sugerido que las algas podrían poseer una resistencia inherente o diferencias en las vías metabólicas que reducen su sensibilidad a estos compuestos”.

 

En cuanto al estudio in vitro, tanto el fipronil como el imidacloprid desencadenaron la producción de especies reactivas de oxígeno y la peroxidación lipídica, y disminuyeron la viabilidad de los queratinocitos humanos de forma dependiente de la concentración. En el caso de estos hallazgos, sugieren que incluso a concentraciones más bajas, “FIP puede ejercer efectos tóxicos, potencialmente a través de mecanismos de estrés oxidativo, lo que refuerza la necesidad de una mayor investigación sobre su impacto en las células de la piel humana”.

 

Por lo tanto, concluyen que “nuestro estudio resalta la persistencia y los riesgos potenciales de FIP e IMID, y subrayan la necesidad de regulaciones más estrictas y más investigación sobre la exposición ambiental crónica para salvaguardar los ecosistemas y la salud pública”. Esto es especialmente importante considerando la creciente población de animales de compañía y la evolución de las prácticas de manejo, que contribuyen a la creciente carga ambiental mediante el uso generalizado y la posible acumulación de ectoparasiticidas en los ecosistemas.

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