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Un estudio defiende los beneficios de cadáveres de cetáceos varados en las costas
EDICIÓN
Rorcual común. Imagen: Andrew Brownlow.

Un estudio defiende los beneficios de cadáveres de cetáceos varados en las costas

Un equipo de investigadores internacional hace un repaso de los múltiples servicios ecosistémicos que los cadáveres de cetáceos varados han proporcionado a la humanidad en tiempos pasados y modernos
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Un equipo científico internacional revela en un estudio la falta de conciencia medioambiental de las leyes de costas, la cual obstaculiza los importantes beneficios que las ballenas y otros cetáceos varados podrían ofrecer a otros organismos y a la sociedad.


Los varamientos de cetáceos se vienen produciendo desde la misma aparición de este grupo faunístico en la Tierra. Ballenas, delfines y ejemplares de otras especies han llegado a las costas de todo el mundo, a veces de forma masiva, transportados por las corrientes marinas. Los cadáveres de estos grandes animales han cumplido un papel esencial en los ecosistemas costeros, debido principalmente al gran aporte de nutrientes para los organismos que las habitan.


De hecho, algunas especies, como los cóndores en América, llegaron a especializarse en este abundante recurso. Hace unos años, la Estación Biológica de Doñana-CSIC lideró un estudio, junto con la Universidad Nacional del Comahue de Argentina que también participa en este nuevo trabajo, que reveló que los cóndores andinos de la Patagonia habían cambiado sus patrones de alimentación.


A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, esta especie se alimentaba de camélidos, guanacos y, especialmente, de cetáceos varados, según descubrieron mediante análisis de isótopos estables en las plumas de individuos históricos. Por el contrario, análisis en plumas actuales indicaban un cambio importante: su dieta había pasado a depender de animales terrestres domésticos y salvajes.


Además de estos análisis, marcaron una serie de ejemplares con dispositivos GPS para observar sus movimientos. “Descubrimos que esta especie sigue criando en las costas chilenas, pero en la actualidad cruza la cordillera de los Andes para alimentarse en las estepas argentinas, donde abunda el ganado. Esto supone un enorme gasto energético para las aves”, explica José Antonio Donázar, profesor de Investigación de la Estación Biológica de Doñana–CSIC. “La desaparición de sus recursos de alimentación, principalmente los cetáceos, ha sido uno de los factores que ha llevado, no sólo a un descenso en sus poblaciones, sino a un cambio en los patrones de alimentación y movimiento de los cóndores”.


Este trabajo de colaboración entre las dos instituciones, germen de este nuevo estudio, fue impulsado por el que fuera director de la Estación Biológica de Doñana, Fernando Hiraldo, y continúa en la actualidad con resultados “muy fructíferos”, según indican.


"Gracias al consumo por parte de estos y otros carroñeros, entre otros procesos naturales, los efectos de los nutrientes aportados por los cetáceos varados pueden observarse a grandes distancias tierra y mar adentro. Bajo el agua, tales efectos pueden apreciarse incluso durante décadas tras la muerte del cetáceo. Esto conecta íntimamente y durante periodos prolongados los procesos ecológicos que tienen lugar en los ecosistemas terrestres y acuáticos", señala el estudio. 


Los humanos, no solo Homo sapiens, también han sabido sacar provecho de los cetáceos varados. Según explica Marcos Moleón Paiz, investigador del departamento de Zoología de la UGR y uno de los autores de este trabajo, “desde hace milenios, los habitantes de las zonas costeras los han recibido como regalos de la naturaleza, a menudo con profundas connotaciones espirituales”.


Desde la prehistoria, los humanos han extraído alimentos altamente energéticos de los cadáveres de cetáceos varados, como la carne y la gruesa capa de grasa que poseen bajo la piel. “El alimento proporcionado por los cetáceos era tan apreciado que, a partir de un decreto promulgado por el rey Eduardo II en el siglo XXI, los cetáceos varados en las costas inglesas son considerados como Pescado Real. Además, el aceite derivado de esa grasa era utilizado como combustible para lámparas, y los huesos para construir diversas herramientas y tallar obras de arte”, señala Moleón.


Naturalmente, los usos asociados a los cadáveres de cetáceos han ido evolucionando conforme han ido cambiando las sociedades humanas. Hoy en día, el consumo de cetáceos está limitado a un puñado de economías de subsistencia y a algunos países que contradicen la normativa medioambiental internacional. “En la actualidad, una buena parte de los beneficios que los humanos podemos adquirir de los cetáceos varados tiene que ver con su valor científico y educativo, tanto in situ como en los muchos museos en los que se exponen esqueletos y otros restos. También hay un creciente interés entre la población general y los ecoturistas, no solo por los propios cetáceos varados, sino también por la oportunidad de observar y fotografiar los abundantes animales que se acercan a ellos.”


REGULACIONES RESTRICTIVAS Y PERSECUCIÓN


Sin embargo, este trabajo revela que gran parte de las zonas costeras está actualmente sometida a restrictivas regulaciones que obligan a eliminar con celeridad los cadáveres de cetáceos varados. El fundamento general de esta práctica es evitar las molestias para la población local y el turismo de playa derivadas del proceso de descomposición del cadáver (por ejemplo, malos olores). Sin embargo, esto impide que los cetáceos varados cumplan su complejo e indispensable papel ecológico. Asimismo, limita los beneficios que los humanos podemos obtener de ellos.


Exceptuando las costas más remotas y despobladas, donde aún se permite la descomposición natural de los cetáceos varados, las prácticas más frecuentes de eliminación de los cadáveres consisten en su enterramiento, incineración o transporte a vertederos. Sin embargo, “es importante saber que ninguna de estas prácticas está exenta de costes, ya sean técnicos, sociales, económicos o ambientales”.


A esto hay que sumar el desplome que las poblaciones naturales de cetáceos, especialmente ballenas, sufrieron en los dos últimos siglos. Esto conllevó también al descenso del número de cetáceos varados, lo cual desencadenó consecuencias nefastas para la conservación de especies particularmente dependientes de este recurso, como los cóndores.


MEDIDAS ALTERNATIVAS


El 40 % de la población humana actual, esto es, más de 3.000 millones de personas, vive en zonas costeras. “Esto supone una enorme presión para el resto de seres vivos que habitan dichos medios. Este trabajo pone de manifiesto la necesidad de revisar las actuales normativas sobre la gestión de los animales varados, para hacerlas medioambientalmente más amables. Además, es fundamental que dichas normativas contemplen las singularidades de cada caso, ya que las medidas a aplicar pueden depender del contexto ecológico y social”, defienden desde el CSIC.


“El uso público turístico de nuestras costas es incompatible con la posibilidad de que los cetáceos varados permanezcan en las playas, pero se pueden examinar casos excepcionales. Por ejemplo, en las Islas Canarias existe una población de guirres que se podrían beneficiar de algunas medidas alternativas que tendrían que ser estudiadas en profundidad”, explica José Antonio Donázar.


Estas alternativas incluyen el transporte de los cadáveres a reservas marinas cercanas y otros enclaves costeros poco transitados, además de delimitar pequeños tramos de playa o periodos del año en los que se controle la presencia humana. “Datos preliminares de nuestro grupo de investigación indican que los animales carroñeros de nuestras costas pueden ser sorprendentemente eficientes en reducir el cadáver de un cetáceo de pequeño tamaño a unos cuantos huesos, por lo que las posibles molestias ocasionadas por la descomposición de estos cadáveres serían efímeras. No obstante, se trata de un aspecto aún poco estudiado que requiere de más esfuerzo de investigación con distintas especies y en distintos ambientes”.


Los científicos saben bien que los humanos no podemos sobrevivir aislados de la naturaleza. “Pero, incluso si esto no fuera así, deberíamos pensar si merece la pena vivir en un mundo aséptico. ¿No somos capaces de ceder una pequeña parte de nuestras costas para el resto de especies con las que compartimos planeta?”, plantea Moleón.


Con la protección legal de los cetáceos y la consiguiente, aunque lenta, recuperación de sus poblaciones, será inevitable diseñar estrategias que compatibilicen la conservación de la naturaleza con las necesidades humanas. “La conexión naturaleza-humano, más que su disociación, puede ser fuente de múltiples beneficios para nosotros y las generaciones futuras”.

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